Lea si no lo ha hecho todavía, o relea si lo hizo ya, "Harpo habla", la deliciosa autobiografía de previsible título de Adolph Arthur Marx, Harpo para los amigos, o sea, para toda la humanidad.
Harpo se casó tarde, muy tarde, aunque nunca es tarde si la novia es buena y lo está. Él mismo nos relata el valor y decisión con que defendió su soltería durante años y años frente a unos medios de comunicación que se obstinaban en relacionarlo con unas y con otras. Hasta que un día Susan Fleming se cruzó en su camino.
Se conocieron cuando ella fue a ver uno de los espectáculos teatrales de los Marx. Bueno, sería más correcto decir que coincidieron, porque ella ya le conocía a él (es lo que tiene ser famoso) y él se limitó a usarla para una de sus bromas, así que, realmente, no la conoció. Además, a ella la broma no le sentó nada bien y se fue indignada. Mal empezamos.
Volvieron a coincidir cinco años después en una cena organizada por un productor de cine. Susan aspiraba a ser actriz. Los sentaron juntos y ella recordó la anécdota del teatro. Obviamente, él no. De mal en peor.
Por suerte para ambos, la conversación fluyó y pronto aquella sala se vació de gente, por muy llena que estuviera. Creo que lo llaman enamorarse.
Los señores de Marx contrajeron matrimonio (un tipo de enfermedad venérea) el 28 de septiembre de 1936. Fue una ceremonia secreta y sin invitados en un pueblo a las afueras de Los Angeles. Iban de incógnito riguroso, con el fin de de no ser reconocidos: ella vestida con traje beige de hombre, gafas de sol y sombrero de ala hancha. Él, con una camiseta a rayas, corbata roja, pantalón kaki, chaqueta y un sombrero aplastado. Los casó un juez de paz y actuaron de improvisados padrinos un bombero del parque adyacente y su esposa. Ninguno reconoció a Harpo.
El novio tenía 48 años.
Harpo se permitió el lujazo de llegar a viejo siendo un niño.
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