El ser humano posee la rara habilidad de arreglárselas para encontrar el lado oscuro de cualquier avance o descubrimiento. La electricidad, el gas, la pólvora, la energía nuclear...no hay progreso científico que no acabe convertido en instrumento de muerte y dolor. Lo mismo pasó con el reloj: con él, nacieron los horarios y las prisas. Y, créame, éstas matan a más gente que el gas o la electricidad.
Pero, claro está, las prisas son un mal necesario. Hay que llegar a su hora al trabajo porque sin trabajo no hay dinero y sin dinero no me puedo permitir toda una serie de bienes y servicios de los que me encanta disfrutar, principalmente, por lo mucho que me relajan. En otras palabras, llevamos una vida plena de nervios para poder costearnos la relajación.
Ante todo esto, hay un puñado de bravos pioneros que tiran por el inodoro el Audi, la calidad digital con sonido envolvente y la escapadita a Punta Cana, y deciden ir en busca de una vida de paz por lo religioso o por lo civil. Dicen que son felices (mucho), y no lo dudo. Pero, ¡qué pena!, hay que tener mucho más valor para buscar la paz que para hacer la guerra.
"¿Y qué dice usted que es eso del Euribor?"
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