¿No sería maravilloso charlar de literatura con un taxista?
-Buenos días.
-Buenos días, caballero. ¿Dónde vamos?
-A la Plaza de Quevedo, por favor.
-¡Hombre, qué bien!...Yo es que siempre he sido más de don Francisco de que don Luis, ¿sabe usted?..."Cerrar podrá mis ojos la postrera sombra que me llevare el blanco día"...¡Cómo escribía el tío cabronazo! Que no le digo yo que Góngora fuera malo, pero...que no me termina de llenar.
-Ya.
-Lo mismo que Cervantes, me va a llamar usted iconoclasta, y con razón, pero para mí Lope es mucho mejor...
Y lo refrescante que resultaría que el peluquero, en vez de su canónico "¿Vio usted ayer el partido?", le soltara: "¿Qué es lo último que ha leído, caballero?"
Bonito también sería oír a voces en las barras de caña y tapa de nuestra España "¿Machado mejor que Lorca? ¡Y una mierda pa' tí!" o que los porteros de bloques adyacentes mudaran su ancestral rivalidad futbolística en una eterna discusión sobre si Cela merecía más el Nobel que Juan Ramón.
Mientras, la tertulia literaria sigue teniendo su coto vedado en las salas medio vacías y a media luz, los mesas de los cafés asolerados y las aulas universitarias. Hábitat natural de pedantes aficionados y profesionales, escritores de talento moderado y catedráticos ansiosos de justificar subvenciones.
Escuchando atentamente la opinión de cliente sobre la última antología anotada de poetas del 27. Lo cierto es que, sin duda, el problema no es que no existan taxistas que lean (que habrá que sí y habrá que no, como en todas la profesiones), sino que todos los lectores de España, aparentemente, viajan en Metro.
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