Un ascensor, por naturaleza (mecánica), es criatura (mecánica) de extremos. Le toca pasar de lo más alto a lo más bajo, y viceversa, en cuestión de segundos. U otras veces, se queda en la planta de en medio. Es reclamado con ansia y odiado de puro lento en las horas punta, pero luego se pasa toda la noche en el segundo, sin que nadie se digne sacarle de su letargo para reclamar sus servicios.
Es el medio de transporte más seguro, por mucho que el avión se empeñe machacón en usurparle el puesto en la sabiduría popular, pero también es el más dado a las averías.
Es el escenario de las más forzadas, insípidas e intrascendentes conversaciones, pero también ha sido el marco incomparable donde se han escrito algunas de las más tórridas páginas de la pornografía aficionada. De hecho, si llega usted a su portal y ve que sale del ascensor la parejita de recién casados (muertos de risita, muy despeinada ella), le aconsejo que suba andando.
Pero, acaso el mayor pero que se le puede poner al cacharrito es que es el mejor aliado de nuestra panza. No hay duda de que todos estaríamos más "silfídeos" si utilizáramos las escaleras para algo más que ganar al póquer. Pero, ¡ay, amigo!, la pereza doblega nuestro propósito de enmienda física y todos acabamos cayendo en la tentación del botoncito metálico...¡hasta para bajar! (Que ya hay que ser vago...)
-Huy, ¿te he bajado?
-No, es que ahora me dedico a ser ascensorista por hobby. (Tono sarcástico que te cagas).
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