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martes, 11 de marzo de 2008

Un alto en el camino.

¿Por qué será que todo el mundo quiere ser alto? Yo tenía excusa, pues jugaba de chavalín al baloncesto. Pero, ¿y el que no siente la llamada del balón Spalding y el parqué? Alguno me dirá que una buena ración de centímetros da mejor planta y hace más elegante el caballero y estilosa a la dama. No digo que no, pero también expongo que las señoritas no tan altas suelen ser de proporciones más armónicas.

Yo creo que, en el caso de España, la satisfacción de irse más allá de los 185 centímetros tiene más que ver con la superación de complejos históricos, aquellos que nos recordaban que el turista teutón había bebido mucha más leche de pequeño que nosotros. Ahora nuestros niños también beben leche de la buena y son altos, cada vez más.

Lástima que la misma obsesión por ir para arriba no se contagie a asuntos como el civismo o la cultura. Ahí seguimos siendo unos seres diminutos. Porque esto es España, ese país habitado por un ente intagible de 45 millones de seres al que se conoce como "la gente", el cual es responsable de todos los males y en el que nosotros, faltaría más, no nos encontramos.

A finales de los 80, los Washington Bullets de la NBA presumían de tener al jugador más alto y el más bajo de la liga. Manute Bol superaba los 2,30; mientras que Tyrone Bogues no alcanzaba el 1,60. Manute es el de la izquierda.

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