Si no vas al fútbol para chillar, no vayas. Porque eso es ser aficionado al fútbol: detener tu vida durante dos horas para poner toda tu felicidad en manos de 22 tíos en calzoncillos corriendo detrás de un balón, al tiempo que otros tres intentan no ser demasiado injustos. Para el que lo siente, es obvio. No intentes explicárselo al que no. Se sufre, se ríe, se llora, se bosteza, se grita, se salta...a veces, hasta se duerme un poquillo. ¡Es maravilloso ser forofo!
Pero cuando acaba, se ha acabado. Se sale del estadio eufórico o hundido, siendo un músico más en un concierto multitudinario de comentarios cuajados de tópicos. Pero bastan unos minutos para que la vida diaria poco a poco vuelva a apoderarse de tu cabeza y, cuando llegas a casa, ya casi ni te acuerdas del resultado. Hasta el próximo partido.
Todo está permitido durante un partido. Dejas tu vergüenza, tu dignidad e incluso puede que tu razón en la puerta del estadio.
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