De entrada, uno sufre una avería y el piloto decide volverse a la base. De los siete restantes, seis son incapaces de repostar en vuelo, por lo que se ven escasos de combustible y también se tienen que volver a la base. El superviviente de la partida continúa por lo onanista con su arriesgada misión de ataque. Si lo será que, de hecho, resulta ser derribado, y piloto y operador de radar se convierten en prisioneros de guerra.
¿Qué tendrán estos italianos que son tan propensos a hacer el ridículo en el fragor de la batalla? (Aunque hay que admitir que al fútbol no hay quien les gane). Si no me crean, fíjense en el caso del infortunado Italo Balbo, experto piloto que fue capaz de sobrevivir a la Primera Guerra Mundial y múltiples aventuras en vuelo, pero no a la batería anti-aérea de su propio bando que lo derribó en junio de 1940.
Y, por supuesto, está lo de Guadalajara en el 37. El general Roatta encaró la lucha frente a las tropas de la República con un mapa de carreteras Michelín como única guía del terreno, sin suficiente combustible para sus tanques y con las tropas bajo la lluvia (como Gene Kelly) y de lodo hasta las rodillas. De los 35.000 italianos, 7.800 resultaron muertos, heridos o hechos prisioneros. El resto, simplemente se dio a la fuga. Dicen la crónicas de lengua afilada que hubo cachondeo hasta entre sus propios aliados del bando Nacional.
Un soldado de la República posa con material "descuidadamente abandonado" por los italianos en su apresurada retirada.
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