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jueves, 27 de diciembre de 2007

Héroe de Guerra.

Raoul Wallenberg. ¿Quién es ése? ¿Acaso un fino extremo por cuyas internadas pugnan Chelsea y Arsenal a talonario partido? ¿O es el protagonista de la teleserie de moda, cuya imagen ha tomado al asalto las carpetas de las adolescentes?

No, el señor Wallenberg fue un diplomático sueco destinado en Budapest en las postrimerías de la II Guerra Mundial. Básicamente, se dedicó a intentar echar una manilla a los judíos. No lo hizo mal del todo. Se calcula que salvo unas 15.000 vidas de una manera directa y hasta 100.000 de manera indirecta. Daba pasaportes suecos falsos, concedía refugio masivo en las edificios de la Embajada, engatusaba a generales nazis, sobornaba a oficiales, amenazaba a soldados...Todo con tal de que no deportaran a los judíos o los mataran allí mismo.

Como un eslabón más de la fría cadena de la injusticia, el premio que recibió a la llegada del Ejército Rojo fue una acusación de espionaje y una muerte en extrañas circunstancias. Y, luego, el olvido de las masas.

Es una pena que sea más fácil ser recordado por hacer el mal que el bien. Todo el mundo conoce los nombres de los canallas que derramaron sangre por barriles, pero pocos se acuerdan de aquellos que iluminaron con esperanza las tinieblas. Las miles de personas que, como Wallenberg, se apostaron, y se apuestan, la vida para intentar ganar las de otros. Porque las guerras no sólo sacan lo peor que hay en el ser humano, sino también lo mejor.

A todos ellos, a los que murieron en nombre de la lucha por la vida, mi sincero homenaje.

Raoul Wallenberg, los auténticos héroes de las guerras no son los que más matan, sino los que dan más vida.

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