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martes, 18 de diciembre de 2007

El opio (bueno, sus derivados) es la religión de la ciudad.

¿Toca sermón del padre Antidroga? No, ya he echado demasiados en mi vida, pero han sido de efecto limitado y de corta duración. Cada vez estoy más convencido de que es una guerra perdida.

Yo, ni catarlas, ni siquiera esas que son de banco municipal y colegueo. Lo mismo es que soy un aburrido o igual es que nunca me ha hecho falta. Sé reírme y ser feliz yo solito, sin que me ayuden, y cuando el menú de la vida traía consomé de amargura, me lo he bebido todavía caliente y sin rechistar.

No nos engañemos, ya sean esas que dan estatus social y prestigio a ideales de la muerte, ya sean las que van pavimentando el camino al cementerio a pobres diablos, las drogas -blandas, duras y de guirlache- están aquí para quedarse, siempre justificadas tras diversas máscaras: "es medicinal", "de algo hay que morir", "yo conozco a un tío que lo dejo"...

Mientras, gobiernos, fundaciones y agencias varias seguirán con sus estériles campañas, y los de siempre, los que miden a las personas por el dinero que les hacen ganar, cada vez más ricos. Quizás, sólo quizás, si su consumo se pintara menos divertido y glamuroso algunas cosas cambiarían.

Para partirse de risa

(Me parece que, a pesar de la palabra empeñada, he acabado soltando la charla. Perdón).

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