En pocas actividades se es tan poco original como insultando. Cientos de millones de hispanohablantes, cada uno con sus propias circunstancias de enfado y enfrentamiento, y todas sus reacciones salen de una escueta gama de diez o doce palabras. Debe ser porque los nervios son el enemigo mortal de la creatividad.
Veamos cuál es el proceso del insulto: lo primero, atacar el origen. Tan sencillo como "gentilicio" (despectivo, a ser posible) añadiendo "de mierda". Si el particular en cuestión es de nuestra misma tierra, vamos a por el físico: "defecto físico" mas el "de mierda" reglamentario. Si tampoco se puede torear por ese pitón, no nos complicamos más la vida y recurrimos a uno de los elementos del trío clásico: Gilipollas, hijo de puta (hijoputa si se está muy, muy nervioso) o el tan españolísimo "cabrón", añádiendo a menudo el correspondiente "de mierda". Luego uno se puede adornar haciendo sugerencias vacacionales ("vete a.....").
¿No serían más bonito personalizar el insulto? Pensar en lo que realmente le pega a cada persona y no generalizar diciendo que su madre es una profesional del amor o que su mujer y el butanero son más que amigos los martes de 10:00 a 10:12. Sean originales, insulten con gracia. Digan: "proveedor oficial del tanatorio" a un médico o "te compraron una caja de Lego y no entendías las instrucciones" a un arquitecto. La imaginación es el límite.
La pega es que seguramente, la parte contraria no se sentirá igual de herida. Lo más probable es que le entre la risa o no entienda lo que le has dicho. Nada es perfecto.
Pensándolo mejor, ¿por qué no dejar de insultarnos los unos a los otros?
"La mayoría de la gente en Francia es atea. Debe ser que no le perdonan a Dios que les hiciera franceses". Insulto nacional aplicable a cualquier país, con la mínima modificación que usted supone.
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