Se lee poco, yo el primero. Quizás sea porque en la educación eso de la lectura se nos sazona con plazos y preguntas de examen, aunque también es cierto que si no fuera por el cole, ya no es que muchos no leerían, es que no sabrían ni leer. De todos modos, se puede ser analfabeto y feliz.
A lo que voy es que unos señores muy serios y con barba, que se reunen todas las semanas a tomar café y ponerse muy pedantes, deciden que hay una serie de libros que son muy buenos y que por narices todo el mundo debe leer. De lo contrario, serán incultos. En la práctica, se obliga a chavales de 15 años a tragarse profundas obras escritas en un lenguaje que les es completamente extraño y que, seguramente, se pensaron para gente más mayor. Y todo, con la excusa de que "es magistral".
Yo creo que la labor del colegio no es obligar a hacer algo, sino crear la necesidad de hacerlo. Yo, por mi parte, voy soltando frases más o menos ingeniosas y citando los nombres de sus responsables, para que suenen. El objetivo, mejor dicho, el sueño, es que algún día, aunque yo no me entere, un antiguo alumno se parta de risa viendo "La importancia de llamarse Ernesto" y se diga: "Creo que el pringado aquel de inglés nos habló alguna vez de esto en clase".
Si no sabes quién es este tipo o qué pinta aquí, estás saboreando el amargo sabor de la incultura. Yo lo he probado tantas veces que lucho a diario por no volverlo a catar.
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