Yo, por mi parte, todavía no he perdido el juicio, pero si las cuatro muelas. Dos hubo que sacarlas a punta de bisturí. Recuerdo aquel día perfectamente. Intenté ponerle un poco de humor al tema, pero aquel tipo no parecía estar por la labor. "Últimamente, vengo mucho al dentista"-le dije-"de hecho, hasta me han puesto publicidad en los empastes y la lengua". Ni un atisbo de sonrisa. "Pero no se crea"-contraataque-"que me lo estoy gastando todo en intentar quitarme de la novocaína". Chistes fallidos-2, Jackson-0. Desistí. Abrí grande y me puse a pensar en mis cosas. Definitivamente, aquel tipo era el "desaborío" de los diez dentistas consultados que no prefería el chicle sin azúcar.
Lo primero que me vino a la cabeza, al hilo de lo del juicio y los prestidigitadores, fue qué se hace cuando un mago se vuelve loco. ¿Se le pone una camisa de fuerza y se lo lleva corriendo al psiquiátrico antes de que se la quite? No da tiempo. Incómodo como estaba por la duda existencial en cuestión, me dio por mirar a la cara del dentista. ¿Realmente la mascarilla es por higiene o por que no quieren actuar a cara descubierta? No sé. Decidí volver a mis pensamientos, porque las palabras que decía aquel hombre en voz alta (¿por qué tiene todo un nombre tan raro en el dentista?) y los resoplidos en voz baja no me tranquilizaban demasiado.
Entonces me di cuenta de lo bonito y original que quedaría para mi biografía haber parido la idea de la novela que cambió la novela (¿quién no ha soñado alguna vez con revolucionar la narrativa mundial?) mientras me sacaban las muelas del juicio. Me concentré, me reconcentré y me volví a concentrar, pero con todo ese ruido no había quién se concentrara, así que decidí dejar lo de hacer historia de la literatura para otro momento.
Escupir y creer me había venido el periodo por primera vez y por el sitio equivocado fue todo uno. Sonrisa de alivio, apretón de manos de compromiso y con la bolsita de hielo pegada al moflete para casa. A la salida, vi a un señor con bigote vestido de frac que corría perseguido por unos enfermeros. Al pasar por mi lado, me tiró una camisa de fuerza a la cara. "¡No corras, Gran Manfredini!", le gritaban.
Sin duda, la novocaína estaba acabando conmigo.

Creer en el humor es muy arriesgado, pero hace la vida mucho más agradable. Vean, si no, a este dentista haciendo el payaso. (¡Qué pena me dan los que se creen que llamar payaso a alguien es un insulto!)
No hay comentarios:
Publicar un comentario