-Mi marido está estacionado en la base de Garmisch, a 60 millas de Múnich. Lleva año y medio y le queda otro, ¿sabe? A mí no me hacía mucha gracia, pero ya sabe cómo es el ejército: obedecer, obedecer y obedecer. Como sólo es teniente y no tenemos hijos, no me dejaron ir con él. Pero a la vuelta todo será diferente: le van a hacer capitán y nos queremos mudar a la base de Fort Hood, que está a 120 millas de aquí, de Dallas. ¡A ver si hay suerte y le conceden el destino! Somos los dos de Texas y queremos vivir por acá para estar cerca de nuestras familias mientras nos ponemos con lo de tener descendencia. Queremos ir a por la parejita. Luego, cuando ya estén un poco más mayores, me gustaría irnos a Washington D.C....Bueno, ya veremos.
Estaba claro que la señora tenienta no se iba a callar ni debajo del agua (ni a treinta mil pies de altura). Para colmo de males, el ocupante del otro asiento era un septuagenario medio sordo y con bigote, por lo que no era víctima propiciatoria de la charlatana. En resumen: que iba a ser un viaje muy, muy largo. En fin, si no puedes vencer a tu enemigo...
-Debe usted de echar mucho de menos a su marido.
-¡Y tanto! ¡Qué ganas tengo de ver a mi Jake!
Entonces, de golpe, la entusiasta alegría se marchó de golpe del rostro de la parlanchina señora y una mirada lúgubre se instaló tras sus gafas de sol.
-¿Va todo bien?
-Bueno, es que me he acordado de la pobre Jackie. Ella no verá a su marido nunca más...
-Eso no es culpa suya y, por tanto, no tiene razón para sentirse culpable.
-Pero él era tan bueno, ella es tan elegante, sus niños son tan guapos. ¡Eran la familia perfecta y nos la han matado a todos los americanos!
-Mucha gente muere todos los días. La vida es así de triste, señora.
-¿Cómo puede usted ser tan insensible ante esta situación? ¡Han asesinado a un gran pedazo de América!
-Quizá porque soy austriaca. Perdone si la he molestado. ¡Cielo santo!, ¿está usted llorando?
-No es nada, no es nada...¿Por qué tenía que morir? ¿Por qué querían matarlo?
Ella era la única persona con vida que tenía la respuesta correcta a aquella pregunta. Había miles de conjeturas y teorías, pero todas estaban equivocadas. Sólo ella custodiaba la verdad que toda la Humanidad ansiaba conocer.
Pero, obviamente, se limitó a callar y prestarle su pañuelo a aquella sentimental cursi e histérica.
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