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sábado, 3 de febrero de 2018

El Hombre que le Empató a la Muerte (1).

-¿Ya está?

-Conforme a su deseo. La verdad es poco hemos podido aprovechar. Algo para investigación, lo único.

-Correcto. Aquí tiene toda la documentación firmada.

-Parece como si usted hiciera esto todos los días.

-Es la primera vez, pero el señor Fierro me pagó excepcionalmente para que no hubiera el más mínimo fallo.

-Ya veo, ya. Bueno, ahora su familiar...Vamos, el señor Fierro...Perdone, es la costumbre...Bueno, que está listo para que mañana se lo lleven.

-Correcto, ¿a qué hora llegará mañana al tanatorio central?

-Sobre las 9, supongo. Suele ser lo habitual.

-El señor Fierro no me pagó para que aceptara suposiciones. ¿Quién me puede dar el dato preciso?

-El agente del seguro, aunque, después del repaso que le ha pegado usted, no sé si va a querer hablarle.

-Me temo que está acostumbrado a tratar con aficionados dolientes y nerviosos, no con un profesional frío y competente.

-Eso debe de ser. Bueno, que le dejo. Ha sido casi un placer.

-Muchas gracias por todo, doctora.

-De nada. Adiós.

El hombre de negro caro y riguroso sacó su teléfono móvil y remarcó el último número utilizado.

-¿Señor Carrascosa? Soy el apoderado legal del señor Fierro. Preciso que me indique a qué hora llega el señor al tanatorio central mañana por la mañana...Creo que ya le he dejado bien claro que no deseo contratar ninguno de los servicios extra que usted me ofrece. El señor Fierro fue muy preciso sobre qué era lo que quería y eso es lo que recibirá...No, le reitero que no hay ningún familiar con el que usted pueda hablar...Le reitero que antes fui muy preciso y no me gustaría tener que meterle en problemas...No, no me estoy poniendo chulo ni le estoy amenazando, simplemente usted me obliga a tomar medidas.

El hombre de negro y caro colgó el teléfono sin demostrar la más mínima emoción y marcó otro número que tenía destacado.

-¿Señor Olavide? Le llamo en nombre del señor Fierro. Creo que indiqué con mucha exactitud el servicio que deseábamos y un empleado suyo, un tal Carrascosa, no me lo está dando...Bien, gracias. Disculpas aceptadas, pero cuide de su empresa.

El hombre de negro y caro se acercó a la máquina de café para dejar que la máquina de la burocracia tuviera tiempo de funcionar. No había dado ni dos sorbos a ese vaso de agua turbia y caliente travestido de solo cuando Carrascosa apareció por el pasillo, corriendo, desencajado...

-A la nueve, pero vamos, que si así lo desea usted, lo llevamos ahora mismo a dónde nos diga.

-No, a la nueve de la mañana en el tanatorio central es correcto. Allí estaré.

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