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martes, 27 de octubre de 2015

La Discreta y Cruel Venganza de un Oscuro Profesor de Matemáticas (2).

"Este colegio es un sitio mejor sin Luarca".

Así había sentenciado Adrián Juquilla y el resto de habitantes de la sala profesores había asentido con un gruñido de aprobación.

Aunque su marcha no se había terminado de rematar. Ahí estaba, un día también y al otro quizás, a la salida de clase, esperando a su amada Carmencita Diaga, ansioso por tributarle el más sentido y empalagoso de los recibimientos. Contra todo pronóstico y lógica adolescente, el romance había sobrevivido al largo y cálido verano.

"¿Es que no pueden esperar a llegar al parque", solía pensar Adrián Juquilla. "En fin, esto durará lo que este tarde en cansarse de ella -o viceversa-, que no puede ser mucho ya".

Pero, contra todo pronóstico, había pasado dos meses de curso y la cosa seguía igual (acaso peor).

-¡Cómo están esos dos, amiguete!

-¡Y que lo digas, Adríán!

El amiguete en cuestión era Pablito Genárez, uno de esos alumnos que tienen presente que los profesores son personas, y como tal los tratan. Si se quería información del cerrado círculo de los escolares, Pablito era una un buena fuente (aunque él sabía censurarla adecuadamente para no convertirse en un chivato).

-Parece que la cosa va muy en serio.

-Sí, estamos todos alucinados. Luarca dice que está pilladísimo por ella, que nunca había sentido nada igual, que es la mujer de su vida.

-¿Y ella?

-Ella se ríe y le pega otro morreo. 

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