-Ahí están, mi sargento -dijo el cabo Cumerilla.
-¡Ya los veo, coño! -replicó el sargento Losaser
-¿Qué hago?
-¡Tú sigue pa'lante!
-¡Que están muy cerca!
-¡Calla!
-¡Mi sargento, ¿usted sabe lo que vamos a hacer?! ¡Una barbaridad, una salvajada! ¡Y que hay periodistas de todo el mundo y esto se va a ver!
-¡Me la sudan los extranjeros! ¡Las órdenes de su majestad son claras: o se quitan o los quitamos!
* * *
-¡Oriol, que estos no se paran!
-¡Ni nosotros tampoco!
-¡Orial, osti, que nos matan!
-¡Muchos han dado ya su vida por nuestra causa!
-Pero, Orial, mira, que están las cámaras de las televisiones, y en todo el mundo nos van a dar la razón aunque nos quitemos.
-¡Esto hay que llevarlo hasta el final para que tenga significado!
-¡Joder, Oriol, que somos jóvenes, y aunque no lo fuéramos....! ¿Merece la pena morir por todo esto?
-¡Vete si quieres, cobarde traidor!
A pocos metros para la masacre, la mayoría de los tanques se detuvieron, al tiempo que la práctica totalidad de los manifestantes se daban a la fuga.
Uno de los carros que avanzaban era el del cabo Cumerilla y el sargento Losader. El cabo había hecho amago de detener el vehículo, pero el frío de un cañón de pistola en la nuca le había hecho cambiar de opinión.
-¡Mi sargento, por su padre se lo pido, piense, piense, use su cabeza!
-¡La historia no se hace con la cabeza, sino con los cojones, cabo!
Desde su posición privilegiada a bordo de su helicóptero, el rey contemplaba la masacre entre aplausos y vítores, como un niño malcriado que disfruta pisoteando un hormiguero.
Pep escapó por los pelos.
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