La postura era ridícula, el esfuerzo era loable pero estéril. En resumen, que Lolo estaba sudando la gota gorda para nada una tarde más.
-¿Por qué no lo dejas, cariño? ¿No escuchaste al profe? ¡Que vas a aprobar igual!
-Nadie puede aprobar sin hacer la voltereta.
-¡Dichosa voltereta del demonio! ¡Veta a jugar al parque con tus amiguitos!
Caso omiso, más postura ridícula, más resoplidos, el mismo fracaso.
En fin, ya se cansaría. Aquella madre tenía otros problemas de los que preocuparse.
-Esto, señora, picar y a ver qué encontramos...
¡Genial, dichosas cañerías!
Marcelino, el fontanero del barrio, sería uno más de la familia por unos días. Son cosas de las reparaciones del hogar.
-¿Qué haces, chaval?
-La voltereta.
-¡Pero si no te sale!
-¡Ya sé que no me sale, joder!
-¡Bueno, bueno, tranqui, chaval, no te pongas nervioso!
-¿Cómo quiere que no me ponga nervioso si no me sale esta mierda?
-Pero si es que lo haces mal, chaval.
-¿Y usted qué sabe? ¿Es acaso profesor de gimnasia?
-No, pero se ve que lo haces mal.
-¿Y a usted le sale?
-¡Pues claro, hombre, mira!
Sin duda ya no había sido tan brillante como habría resultado dos décadas atrás pero, con mono y todo, aquello fue -indiscutiblemente- una voltereta. El niño se quedó con la boca abierta, Marcelino sonrió.
-¿Quieres que intente enseñarte?
-Pero si el profe no ha sabido...
-¡Pero es que ese profe sólo sabe hacer chapuzas, en eso yo soy el especialista!
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