-Dígale usted que no va a repetir, por favor.
El profe puso su mejor cara paternal y su tonito más almibarado.
-¡Pues claro que no, Lolo! ¡Con lo mucho que estudias y trabajas, ¿cómo te vamos a hacer repetir por eso?!
El pequeño Lolo, ocho añitos de gordita humanidad, frunció el ceño anteojudo. Estaba preocupado, seriamente, tanto como sólo un niño de ocho años puede estarlo.
-Pero, la gimnasia me la suspenderás.
-¡Ni eso, Lolo, yo te pongo un cinco como un sol de redondo por lo bien que corres y sudas!
-Pero, no se puede aprobar la gimnasia sin hacer la voltereta, tú mismo lo dijiste en clase.
-Sí, pero son cosas que se dicen, Lolo.
-¡No, me he estado informando, si uno no sabe hacer la voltereta, no cumple con un objetivo de la asignatura!
La madre de Lolo puso su mejor gesto de mamá orgullosa y escandalizada a partes iguales.
-¡Objetivo, Jésús! ¿Quién le enseñará esas palabrejas?
-Nadie me lo ha enseñado, lo he leído.
Lolo era previsiblemente redicho.
-¡Bueno, mira, Lolo, no le des más vueltas, que no vas a suspender la gimnasia! Vete a casa y que mamá te compre un buen helado de camino.
A Lolo no le quedó otra que asentir y darse, aparentemente, por vencido.
Aparentemente.
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