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jueves, 5 de marzo de 2015

Lolo (1).

-Dígale usted que no va a repetir, por favor.

El profe puso su mejor cara paternal y su tonito más almibarado.

-¡Pues claro que no, Lolo! ¡Con lo mucho que estudias y trabajas, ¿cómo te vamos a hacer repetir por eso?!

El pequeño Lolo, ocho añitos de gordita humanidad, frunció el ceño anteojudo. Estaba preocupado, seriamente, tanto como sólo un niño de ocho años puede estarlo.

-Pero, la gimnasia me la suspenderás.

-¡Ni eso, Lolo, yo te pongo un cinco como un sol de redondo por lo bien que corres y sudas!

-Pero, no se puede aprobar la gimnasia sin hacer la voltereta, tú mismo lo dijiste en clase.

-Sí, pero son cosas que se dicen, Lolo.

-¡No, me he estado informando, si uno no sabe hacer la voltereta, no cumple con un objetivo de la asignatura!

La madre de Lolo puso su mejor gesto de mamá orgullosa y escandalizada a partes iguales.

-¡Objetivo, Jésús! ¿Quién le enseñará esas palabrejas?

-Nadie me lo ha enseñado, lo he leído.

Lolo era previsiblemente redicho.

-¡Bueno, mira, Lolo, no le des más vueltas, que no vas a suspender la gimnasia! Vete a casa y que mamá te compre un buen helado de camino.

A Lolo no le quedó otra que asentir y darse, aparentemente, por vencido.

Aparentemente.

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