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lunes, 11 de agosto de 2014

Honradez Ciega.

-Tú harías lo mismo si pudieras, Goyo.

-Yo no...¡Jamás, yo soy un tío honrado!

-Claro, "mu' honrao".

-¡Yo y la inmensa mayoría de los españoles!

La misma conversación siempre que sale el tema de los políticos corruptos (o los corruptos en general), tópica, aburrida.

Y en eso pasó Lolo vendiendo sus cupones. Era una cara bien conocida en el barrio, como ocurre siempre con los comerciantes en general, que son la sal de la vida cotidiana y vecinal.

Lolo sonreía a la vida, porque decía que así era más fácil que ella le devolviera la sonrisa, pero aquel día caminaba con el gesto inusualmente torcido.

-¿Qué te pasa, Lolo?

-¡Una tira, una jodida tira que se me ha perdido! ¡Y ha tenido que ser por aquí cerca!

-¿Y has preguntado si alguien la ha visto?

-¡Qué inocente eres, Goyo! El que la haya encontrado, para él se la queda. ¿Tú crees que me la va a devolver?

-¡Pero si apenas tiene posibilidad de que le toque algo, y, a cambio, lo que puede lograr es alegrarte el día y librarte de este mal rato y perder tu dinero! ¡Ese tío no tendría conciencia si no te buscara para devolverte los cupones!

-¡Bien lo sé, Goyo, pero esto es España y siempre lo será!

Y con esta frase tan sabia, tan cierta y tan triste se fue Lolo.

Mientras, Goyo, aliviado, acarició en el bolsillo interior de su chaqueta la tira de boletos de lotería que se había agenciado gratuitamente del suelo hacia un ratito.

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