El Hogar de Mayores "Irene Duckworth" era una antigua -pero bien mantenida- casa de tres pisos. Llegué allí en cuestión de minutos, siempre en compañía del cotilla pastor.
-¿Y dice usted que la señora Duckworth dejó dinero para comprar esto?
-En realidad, tengo entendido que la propiedad no salió tan cara, pues estaba medio en ruinas. Lo que realmente costó un buen montón de billetes fue la reforma.
-Que también salió de lo que la señora Duckworth legó.
-Exacto.
-¿Y los hijos qué dijeron?
-No tenía, la señora Duckworth era una digna representante de la solterona británica. Ya sabe, ése que se remonta a los tiempos de la rueca.
-Ya veo.
Sin duda, aquella coqueta residencia de ancianos era el último vínculo entre Algernon Cornell y este mundo, y el lugar idóneo para que Woodchat hubiera dejado su relato. Empujado por una corazonada, pasé al jardincito. No sería la primera vez que mi amigo dejaba su regalo escondido en un tronco.
Lamentablemente, el espacio verde tenían un montón de flores, pero ningún árbol. Sentí la tentación de rebuscar entre la vegetación pero, dado lo bien cuidada que se la veía, era claro que alguien llevaba tiempo trabajándola y, a fondo.
Dediqué unos minutos a pasear en círculos por el pequeño jardín, más buscando inspiración en aquel lugar que la solución a mi problema. Absorto, iba clavando la mirada en el césped delante de mis pies.
Entonces, una argolla que asomaba por entre las briznas llamó mi atención. ¿Qué era aquello? Le di un par de pataditas suaves, a ver qué pasaba.
-Ahi solía haber una trampilla que daba acceso a algo relacionado con la pocería, pero, al hacerse la reforma, se cambió todo y la trampilla fue condenada.
No me había percatado de que el pastor me seguía, pero tampoco me sorprendió ni una pizca.
-¿Y no se abre desde entonces?
-¿Para qué? ¡El agujero se llenó de tierra! Además, esta sellado con cemento.
Trampilla y condenada. Casi demasiado bueno -y evidente- para ser verdad-. Pero no podía arriesgarme a jugar esa carta con testigos.
Habría que esperar a la noche.
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