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martes, 11 de junio de 2013

El Aprendiz de Cerrajero.

El Veterano Cerrajero, de esos de mono azulón, manos curtidas y poblado bigote, se agachó para evaluar el caso.

-¿Cómo pinta la cosa, maestro?

El Veterano Cerrajero hizo como que escuchaba. Una cosa era que hubiera aceptado hacerle el favor a un viejo amigo de enseñarle el oficio a su hijo -o, al menos, intentarlo- y otra que el chaval no le dejara concentrarse.

-¡Porque esta puerta tiene pinta de ser muy fornida!

Había que decirle algo al chaval, no iba a quedar otra.

-Regla número uno del oficio, muchacho: la puerta te da igual, lo que cuenta es la cerradura.

-Ah, ¿y esta, cómo va?

-Regla número dos del oficio, muchacho: habla sólo para contestar cuando te pregunten.

El chaval se dio por enterado, al menos de momento.

Los minutos pasaban y, contra pronóstico, aquella cerradura en apariencia tan oxidada, tan vieja y mugrienta se resistía al más puro estilo numantino.

El chaval no lo pudo resistir.

-¡No se deja la tía cabrona, ¿eh?!

El Veterano Cerrajero, sin darse la vuelta, contestó:

-Mira, chaval, ya te he dicho que si quieres que te enseñe a abrir puertas, aprende a cerrar la boca,  ¿me entiendes?


-Vale, vale...Por cierto, ¿cuándo se hace el juramento, maestro?

-¿Qué juramento?

-Pues el que se haga en esta profesión...Igual que los médicos hacen el Juramente Hipocrático ese para no usar sus conocimientos para el mal, pues digo yo que nosotros también tendremos que hacer algo parecido para no usar nuestro saber para abrir puertas para robar...

El Viejo Cerrajero tenía cada vez más claro que una vieja amistad estaba a punto de terminar de un modo abrupto.

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