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viernes, 27 de abril de 2012

Historias Imaginarias de un Colegio que Jamás Existió: La Revancha de Manolo Aberco.

Manzano ni se molestaba en levantar la mirada del papel. ¿Para qué? Estaba cuidando el examen de aquellos dos alumnos de un modo mucho más testimonial que necesario: Aberco estaba con el suyo de Latín -y sin duda lo iba a bordar según su costumbre- y Valdabí estaba con las Matemáticas -y, como el propio Manzano había recalcado en la sala de profesores, no lo iba a aprobar ni aunque le dejaran sacar el libro-.

Y Manzano no podía perder el tiempo, que tenía mucho que corregir. Ya le había fastidiado bastante tener que estar vigilando ese examen a deshoras. Pero la ausencia de ambos alumnos al ejercicio ordinario había sido debidamente justificada y ante eso nada se podía argumentar.

Tan clara veía la situación Manzano, que ni se molestó en separar a los alumnos demasiado, ¿para qué, si eran exámenes de diferentes asignaturas?

-Tenga, ya he terminado.

-Muy bien, Valdabí...¿Te queda mucho, Aberco?

-No, ya mismo entrego.

Manzano tomó el ejercicio de Valdabí, no esperaba que corregirlo le quitara más allá de dos o tres segundos, lo que tardara en tachar las tonterías. Y, en efecto, tardó poquito tiempo.

Los exámenes más rápidos de corregir siempre son los de cero...y los de diez.

Manzano entró en estado de shock. ¿Cómo coño era posible que Valdabí hubiera bordado un examen perfecto? ¿Habría tenido acceso previo a las preguntas? Imposible, era un examen nuevo que había preparado especialmente para él. La única explicación es que hubiera copiado, pero, ¿de quién? Aberco era de letras, y había dejado de dar Matemáticas hacía dos años. Por tanto, descartado...¿Cómo lo habría hecho?

-¿Qué tal está el examen de Valdabí, señor Manzano?

Manzano levantó su perplejidad alarmada del papel.

-No es asunto tuyo.

-¡A mí me parece que escribía mucho! ¡Seguro que no le ha ido mal!

¿Era posible? Aberco era inteligente, mucho...Pero, ¿hasta ese extremo? A Manzano le estaba empezando a subir la rabia por la garganta.

-Bueno, pues éste es el mío. Creo que me ha salido bastante bien. Aunque, como usted mismo dijo hace años en clase, es sólo Latín, mucho más fácil que las Matemáticas. ¡Ésas si que son duras! No sé si habría podido con ellas. En fin, ¡qué pase un buen día!

Manolo Aberco salió por la puerta de la clase, dejando a su espalda a un hombre derrotado, humillado, que se estaba ahogando con las palabras que le estaba tocando tragarse.

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