El Señor Consejero, con gesto de profundo dolor y no menor preocupación, acercó la boca al oído de su hombre de confianza y le susurró:
-Oye, esta gente sabrá cómo apañarme esto, ¿no?
-Que sí, hombre, que saben lo que se hacen...Y, cualquier caso, no pretenderás que nos vayamos corriendo de aquí a la clínica del seguro privado, ¿no?
-No, claro, eso, descartado por completo...¡Ya es mala pata, con la pasta que me cuesta la dichosa poliza y me voy a caer precisamente aquí!
-Bueno, mira, pase lo que pase, aquí se te ha atendido de cine y te han dejado la pierna mejor de lo que estaba.
-Claro, claro, que lo contrario sería tirar piedras contra mi propio tejado.
-De hecho, voy a decirle a los muchachos de la prensa que pasen mientras se te examinan, y hagan unas fotos.
-¿Tú crees que el médico dará permiso?
-¡Pero si tú eres su jefe!
-Eso es cierto. Pues nada, que entren los chichos de los medios, a ver si saco algo en limpio de todo esto.
-¡Así se habla, consejero!
-Oye, por cierto, ¿no tarda mucho el traumatólogo?
-Es que han tenido que ir a buscar uno. Ya sabes que lo planificado es que tú inaugures hoy y que el hospital en sí empiece a funcionar en unos días.
-Entiendo.
En eso se abrió la puerta de la consulta y aparecieron, apurados al sprint, el director del hospital y un triunvirato de traumatólogos. Es lo que tiene ser consejero de sanidad.
-Perdón por la espera...
-Nada, nada.
-A ver ese tobillo.
-Esto está bastante hinchado, señor consejero, pero no tiene mala pinta.
-Un esguince.
-De todos modos, vamos a hacer unas placas, por si acaso.
-¡Esto sí que es inaugurar un hospital a conciencia, no como otros, que se contentan con cortar la cinta y descubrir la placa...la de la pared, me refiero!
El Señor Consejero jamás supo si el director de aquel hospital era un grandísimo pelota o le estaba tomando el pelo en toda su cara.
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