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jueves, 1 de diciembre de 2011

El Hombre de Mercurio.

-¿Qué vas a hacer, Pedro?

-No lo sé.

En los ojos sepultados en arrugas de aquel hombre había miedo e incertidumbre. Nadie diría que eran los ojos de un asesino.

-¿Por qué no te vas al norte, con tu hermana?

-No...Ella tiene su vida, su marido, sus nietos, sus problemas...No le hace falta otro más. ¿Tú me podrías ayudar a encontrar una pensión? Espero que me dé con la cosa esa que me da el gobierno.

-No te preocupes.

Al día siguiente, Pedro Vázquez Horgo, de 66 años de edad, abandonó la prisión donde había ingresado cuatro décadas antes por el asesinato de un empleado de banca durante la comisión de un atraco a mano armada.

Poco más de dos meses después, el mismo asistente social que le había ayudado a encontrar la pensión recibió la llamada de Pedro.

-Hola, perdona que te moleste, pero es que no tengo a otra persona a quien contarle mis cosas. Mi hermana ya ni me coge el teléfono.

-Tranquilo, Pedro, ¿cómo vas?

-Mal, muy mal...Muy solo...En la cárcel por lo menos tenía alguna que otra amistad, pero aqui fuera...Intenté hacer amigos, pero la gente, como es normal, te pregunta y yo no valgo pa' mentir, pa' inventarme una vida que no tengo. Desde el 70 sólo he conocido una celda y cuatro muros...además, que no tengo dinero pa' ir a sitios....También pensé en adoptar algún perrillo de la calle, por lo de tener compañía, pero en la pensión no me dejan...Además, que no tengo dinero ni para darle de comer.

-¿Y a qué te dedicas?

-Por las mañanas me levantó temprano, deber ser que tengo la hora cogida de la cárcel. Me aseo, me visto y me voy pa'l parque, a dar un paseo o a sentarme a llorar en un banco, según cómo esté de humor. Luego voy a la pensión a comer, me echo un rato, pero, como no consigo dormir, vuelvo a salir. A vecés voy a la biblioteca, que se lee el periódico gratis, o me meto a cualquier sitio donde haya algo que ver sin tener que pagar...Hace un mes me metí en el Museo de Ciencias. Cuando m'iba, salía un chaval con su padre, y con una botellita con mercurio dentro. Entonces, el crío la abrió para jugar y todo el mercurio se fue al suelo y se perdió...¡Pues así me siento yo, que me han sacado de la cárcel y me estoy deshaciendo! Sólo me consuela saber que la celda me ha quebrado la salud, y que no creo que me quede mucho de vida...También escucho mucho la radio, me hace mucha compañía. El otro día, un señor dijo en un programa que 40 años es poco, que la gente como yo debería de morirse en la cárcel...Si hubiera tenido un móvil de esos, habría llamado a la emisora para preguntar dónde hay que firmar pa' eso.

-¡No te deprimas, hombre!

-A veces pienso en matarme, pero no quiero presentarme ante Dios con más sangre en las manos...¡Bastante arrepentido estoy de lo que hice, del puto atraco, de la puta pistola, de los putos nervios....!, perdón.

-Tranquilo...Pero es que yo no sé si puedo hacer algo por ti.

-¿Te importa que te llame de vez en cuando?

-No, hombre.

-Gracias...Bueno, pues te dejo, que me he quedado sin monedas para el teléfono...¡Adios!

-Adiós, Pedro.

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