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sábado, 5 de noviembre de 2011

El Último Truco del Mago.

-¡Que vayan preparando reediciones de mis libros, que van a hacer falta en las librerías!

A Francisco Martín Cornejudeña siempre le había preocupado eso de que sus últimas palabras estuvieran a la altura del resto de su obra en cuanto a memorables e ingeniosas. Son obsesiones de escritor.


Pero aquéllas tampoco lo iban a ser. Tosió con resignación y giró los ojos hacía la enfermera, que le ofrecía la enésima medicina.

-¡Ande, don Francisco, deje de decir tonterías y tómese esto!

-¡De tonterías nada, más de 50 años escribiendo a diario, y ahora sólo se encuentra uno de mis libros en las tiendas, y porque creo que lo mandan leer en los colegios! Pero espere a que la palme, y ya verá cómo les da por sacar mis obras completas otra vez.

-Sí, es fascículos.

-¡No me sea usted tan chula, Adoración!

-Es que una es de barrio, don Francisco.

-También te reeditan si te dan un premio gordo, pero ya sabe usted que a mí esa lotería nunca me tocó, ¡y eso que siempre estaba en todas las quinielas!

-¡Pero hicieron un par de películas muy bonitas de sus libros!

-Sí, dinero fácil. Les vendí el título, el argumento, los personajes y la potestad para hacer con ellos lo que les dio la real gana, hasta cambiar los finales. ¡Valiente puta de las letras estoy hecho!

-Bueno, ahora intente descansar.

-¡Eso llevo tratando de hacer desde hace días, pero a este cuerpo mío no le da la real gana de morirse!

-¡Ande, ande!

-En fin, por lo menos me volverán a leer, que es lo que realmente le importa a cualquiera que junta más de dos letras con un poco de sentido y mucho corazón.

-¡A dormir!

-Allá voy pues, a vivir la aventura más apasionante y misteriosa de la vida, que es eso que llaman "muerte"...¡Qué rabia no poder contarla en un libro, coño!

Y ésas fueron.

En el velatorio, todos -hasta los editores que ya preparaban apresurados una reedición de sus obras completas- coincidieron en señalar que Martín Cornejudeña tenía una expresión de gran paz y satisfacción en el rostro.

Debía de ser que, al final, había quedado satisfecho con sus últimas palabras.

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