Caramelos, igual era por eso, porque les daba caramelos al terminar las misas.
No, ¿a quién quería engañar? Aquel tipo era joven, dinámico, pleno de carisma...En cambio, él, él no era más que un viejo, tronchado de tantos años de lucha contra el Mal, mellado de tantas derrotas y sinsabores.
Aquel tipo hablaba a los jóvenes en su lenguaje, y él, él se había quedado anclado dos décadas atrás.
Había llegado el momento del relevo, tenía que aceptarlo, digerir tan amarga pastilla.
A aquel tipo le hacían caso, seguían todas y cada de sus palabras, expectantes, ansiosos...Celebraran sus ocurrencias, contestaban a sus preguntas. No como con él, que los chavales dormitaban o se contaban chistecitos al oído.
Ya estaba, no tenía sentido darle más vueltas. Ley de vida, la poderosa juventud adelanta a los viejos, y lo hace pisoteándolos.
¡Que eso que sentía era envidia por vanidad, y estaba muy feo, y más en un sacerdote! Lo importante era que a los jóvenes y a los niños les llegara el mensaje de Dios.
Pero, si ambos intentaban transmitir el mismo mensaje, ¿por que sonaban los dos tan distintos? ¡Y no era sólo en la forma, no, en el fondo estaba la diferencia más gorda!
Eso le preocupaba, le llenaba de inquietud, le alarmaba incluso...
¡Deja de pensar!
-¡Hola, Padre!
-Ah, hola, Paola. No te había visto.
-Ya estaba usted en su mundo.
-¡Qué chulo el nuevo cura, ¿verdad?!
-Ya, está todo el mundo como locos con él.
-¿Tú no?
-Es que...No para de reírse, y no sé de qué. La gente así me pone un poco nerviosa, no me parece de fiar...
Ya eran dos.
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