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sábado, 12 de marzo de 2011

El Viento Bajo los Cascos (5)

-Es como un gran señor. Se mueve con una clase a la que la lentitud causada por los años no ha hecho sino ganar en elegancia. La musculatura, aunque castigada por el paso del tiempo, sigue dando la impresión de ser poderosa, y capaz de competir a pleno rendimiento. Su mirada es altiva, como si fuera consciente de su propia grandeza, de que fue el único capaz de plantarle cara en las pistas al mejor. Sí, es imposible mirarle a los ojos sin sentir un tremendo respeto, sin sentirse pequeño y humilde. Pero, paradójicamente, transmite también una increíble dosis de ternura, de paz, como un dulce abuelito de esos que conceden caprichos y cuentan batallas de juventud. Da la sensación de que agradece la visita, de que le encantaría narrarte todas y cada una de sus carreras, de que lo haría si pudiera. Cuando le he dado unas zanahorias, se las ha tomado con el gusto parsimonioso del anciano al que se le concede un capricho inesperado, y -jugando- me ha lamido la mano como quien da las gracias de todo corazón. ¡Yo creo que hasta me ha sonreído! Y lo más gracioso ha sido cuando ha pasado cerca de él una joven y hermosa yegua. ¡Se ha puesto todo alterado y se quería ir a por ella! Sin duda, nuestro afable ancianito es también un viejo verde.

-Cariño, hablas de ese animal como si fuera una persona...

-Para mí, ya lo es.

-Me empiezas a preocupar. Termina ese encargo y olvídate de los caballos.

-Eso ya es imposible.

-¿No te das cuenta de que te estás obsesionando?

-Lo siento, querida, no hay arte sin obsesión. Ya lo sabes de otras veces. Recuerda cuando hice el busto del general.

-¿Cómo olvidarlo? Llegué a pensar que me ibas a poner los cuernos con aquel señor tan viejo y tan bigotudo.

-¡Claro, tonta! ¡No estés celosa, que yo nunca te dejaría por un caballo! Al menos, de momento...

-¡Imbécil!

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