"¿Alguien quiere la guinda, que yo no me la voy a comer?"
Afortunadamente, en todas las familias hay alguien -y sólo alguien-, especializado en zamparse guindas de tarta. No se sabe si es que realmente le gustan o es por puro sacrificio familiar.
Parece evidente que los reposteros son conscientes de esto, pero ninguno parece tener las narices de enfrentarse a la tradición y hacer tartas sin guinda.
Lo que nos lleva a todos esos cientos de comportamientos, usos y costumbres que es más que evidente que deben cesar de inmediato por aclamación popular, pero perduran por cabezonería individual, a menudo travestida de tradición.
Tome por ejemplo los cuartos de las uvas de Nochevieja, sin ir más lejos que a la Puerta del Sol. ¡Lo sencilla que sería la vida si se dieran doce campanadas y ya! Pero, no, hay que meter este prólogo, cuya única utilidad es que la tía Dorita grite, pesa de la excitación y el pánico: "¡No comáis, que son los cuartos!"
O la última croqueta de la ración, ¿no sería más sencillo que llegara el camarero y, sin previo aviso, se la comiera él y retirara el plato? Pero no, todos los comensales contemplando la presa, hasta que, por fin, la dichosa tía Dorita dice: "A ver, la de la vergüenza" y se le encasqueta al único al que realmente no le apetecía un pimiento la croqueta.
Por no hablar de la voluminosa documentación que incluyen los auriculares, ésa que va a la papelera más próxima junto con la bolsa y el envoltorio de plástico. ¿Habrá alguien que se haya molestado alguna vez en leerla? Creo que hasta incluye un certificado de garantía (¡Pero a ver quién es el valiente que vuelve a la tienda dos meses después a decir que se le han roto los cascos y quiere otros nuevos!)
¡Tantos y tantos ejemplos! ¡Tantas ganas absurdas de hacernos la vida más complicada!
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