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martes, 28 de diciembre de 2010

Los Casos de Woodchat Shrike: Nochebuena en el Patíbulo (y 15)

Ahí terminaba el relato de Woodchat. Después, las instrucciones y despedida que ya me resultaban familiares.

Al día siguiente, tomé mi coche y fui hasta el cementerio donde habían enterrado a aquella pobre niña hacía tantos años (y de un modo tan inusual e irregular).

Me costó un poco encontrar la tumba, pero por fin di con ella. Ahí estaba, anónima y descuidada. Pasada la novedad hacía ya décadas, nadie parecía haberse preocupado por ella.

No me cabía la más mínima duda de que allí yacían los restos de la niña -todos- y, además, los de Walt Sharper. Woodchat se habría asegurado de ello, al igual que había obligado al doctor Edwards a meter en su archivo el saco con la carpeta.

Entonces, sentí la tentación de sacar aquella historia a la luz, de enmendar el terrible error, pero entonces me percaté de que la voluntad de Sharper no era ser admirado por la posteridad, sino descansar junto al ser que más amaba en este mundo.

No obstante, ¡qué rabia que aquella tumba estuviera allí, olvidada y sucia! Debería ser venerada como lo que realmente era: un monumento al Amor Puro llevado hasta las últimas consecuencias.

Aunque, por otro lado, si se supiera toda la verdad, el lugar se convertiría en un circo o una feria, un sitio donde la gente se hace fotos sonriente, pinta su nombre o se lleva un trocito de lápida de recuerdo.

Pensándolo mejor, las cosas estaban muy bien como estaban. Deposité unas flores que traía de casa sobre la tumba y me encaminé hacia mi coche. En mi mente, el nombre que Woodchat me había dado como pista hacia su siguiente relato: Helen Trull.

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