"No disponía de mucho tiempo, pues había quedado con Peabody para regresar juntos al sur, pero me parecía descortés irme sin decir adiós la vicario.
Lo encontré donde siempre, enfrascado en sus preparativos navideños. Me quedé mirándole fijamente, congelado, sin tan siquiera ser capaz de articular un saludo. Él se limitó a sonreírme y darme una palmada en el hombro.
-No sufras, hijo mío. No hay nada por lo que sentirse avergonzado o pesaroso. Hoy has hecho lo correcto, créeme que sí...Y ahora, marcha, que éste no es día para estar lejos de casa.
Me limité a asentir, darme la vuelta y salir de allí. Ignoraba cuánto sabía y cuánto dejaba de saber el vicario sobre el asunto, y me daba igual. Lo único que importaba era que aquellas palabras, dichas de aquel modo, habían sido el bálsamo que mi alma necesitaba.
Llegue por los pelos a mi cita con Peabody. Él quería llegar a tiempo para cenar con su familia, por lo que corrió mas de lo habitual, si es que a la velocidad punta de aquella lata con ruedas se le puede llamar correr.
Pasamos todo el viaje en silencio. Yo, absorto en mis pensamientos sobre aquellas últimas 48 horas, impresionado por Walt Sharper y su comportamiento. Al mismísimo "Hombre en Strangeways", curtido en mil noches en capilla, le había llamado la atención el gesto de Paz y Felicidad con que había pasado sus últimas horas escuchando los villancicos, gesto que había conservado hasta el ultimísimo instante de su vida.
Sin duda, aquellos villancicos le recordaban el momento en que había conocido a su amada niña, en un concierto de Nochebuena. Y por esa misma razón había elegido morir en ese día, o, mejor dicho, partir para reunirse con ella.
Dicen que el Amor es la fuerza más poderosa del universo, y resultaba difícil no creerlo a luz de esta historia. La de un hombre que había entregado la propia vida y que había aceptado que lo recordaran con odio como a un asesino, a cambio de marchar junto a su amada niña, y proteger a sus padres. Aquél parecía ser el destino de los hombres buenos de verdad: el sacrificio y la incomprensión. ¡Qué mundo, Dios mío!
Sí, un mundo sucio, injusto, canalla, desesperante...Al que, hacía ya casi 2000 años, había llegado un Niño con el fin de salvarlo. Y volvía cada año, esa misma noche. Pero, en aquella ocasión, no me lo recordaron ni las luces ni los adornos, ni tan siquiera los muchachos libres de escuela correteando por las calles. Fue Walter Sharper el que me lo recordó. Y también el que me hizo comprender su verdadero sentido.
-¡Feliz Navidad, Peabody.
-¡Feliz Navidad!
Me quedé mirando como se alejaba el vehículo. En ese momento, me asaltó la risa al recordar las palabras de Peabody cuándo le pregunté que habría hecho el con el cuerpo: 'Pues lo que hago con todos, llevarlo a un cementerio y enterrarlo'.
¡Qué razón tenía!"
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