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domingo, 26 de diciembre de 2010

Los Casos de Woodchat Shrike: Nochebuena en el Patíbulo (13)

"Edwards me facilitó las señas de los padres de la niña. La casa era humilde, muy humilde, poco más que una chabola. Pero, al menos, tenía chimenea.

Reconozco que lo que hice fue un ejercicio de humor negro en extremo, pero no lo pude evitar. Escalé hasta el tejado con mi saco al hombro y me deslicé por el conducto, aprovechando que un tipo como yo siempre lleva una cuerda encima.

Allí estaban esos dos pajarracos, observándome con la boca abierta.

-¿Quién es usted?

-¿No lo adivina? Les traigo un regalo, tengo entendido que es algo en lo que están muy interesados.

Sin duda con exceso de teatralidad, deposité el saco sobre la mesa de un golpetazo.

-¿Cómo..., quién..?

-Su amigo el loquero ha cantando de plano.

-¿Es usted policía?

-No, pero sí quiero que me digan inmediatamente quién mató a esta pobre criatura.

Pasado el susto inicial, y sabiendo que yo no era policía, aparentemente se le templaron los nervios al padre.

-¿Para qué? Es un pez muy, muy gordo. No podrá hacer nada.

-¿Tan importante es?

-Ni se lo imagina.

-Ya.

En esas circunstancias, preferí no saber nada más. Por mucha rabia que dé, en esta sociedad suya y mía hay una casta de intocables contra la que la ley oficial no puede hacer absolutamente nada. Y yo jamás he sido de los que se toman la justicia por su mano (¡qué irónico suena esto!)

-Sé que nos desprecia, señor, pero no nos juzgue si no ha pasado penurias...-intervino la madre- Yo misma intenté vender mi cuerpo, pero nadie parecía muy interesado. Entonces, un anciano nos ofreció dinero por ver desnuda a la niña.

-¡Le juro que yo siempre estaba presente para que no le hicieran daño! ¡Y ella nunca se daba cuenta de nada, era como un juego inocente!-continuó el padre.

-Entonces aquel hombre nos ofreció lo que para nosotros era una pequeña fortuna. Una cantidad que nos permitiría que fuera la última vez. Nuestro sueño era abrir un pequeño negocio...

-¡Nos prometió que no la haría daño, y parecía tan cortés y formal! Pero, de repente, perdió el control. Intenté defender a mi niña, pero los dos esbirros que siempre lo acompañan me lo impidieron.

-Los mismos esbirros que se colaron en el entierro y sacaron fotos. Su amo quería una demostración gráfica de que la prueba de su crimen quedaba bajo tierra para siempre. Y, de paso, se sacaron un dinero vendiéndolas a la prensa. Los muy cabrones...

-¿Qué piensa usted hacer? Está claro que si nos fuera a denunciar, ya habría venido con la policía.

-Tiene razón, pero ustedes me van a hacer un par de favores a cambio.

Cuando se dio la noticia del crimen, toda una serie de personas se pusieron muy nerviosas, pero se relajaron de nuevo cuando apareció el culpable y quedo claro que nadie iba a tirar de ningún hilo. A cambio de mi silencio, los padres de la niña me entregaron aquel hilo, el cual yo, a su vez, puse en las manos adecuadas. Todo esto se tradujo en un puñado de detenciones de gente despreciable y algunas niñas que se libraron de muy malos ratos.

El segundo favor, que contactaran con Edwards y se aseguraran de que sus restos y los de la niña descansaban juntos. Era lo menos que podía hacer por ese pobre hombre. Me garantizaron que lo harían, quise creer que con lágrimas en los ojos.

¿Por qué no denuncié a aquellos dos tipejos a las autoridades? Sin duda, también a ellos les habrían facilitado un 'hilo del que tirar'. Pues bien, callé porque, juzgando por sus miradas, me pareció que aquellas dos personas ya tenían el alma y el corazón entre rejas -y con cadena perpetua-. No hay cárcel peor que ésa.

Y, después de todo, era Nochebuena".

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