En esencia, se trata de ese principio básico del escolar díscolo y cabroncete: cuanto mejor te portes en casa, más les costará a tus padres creer que te portas mal en el colegio.
Algo parecido hacen muchas empresas (o, por hablar con propiedad, sus directivos): se portan muy bien en Europa (su principal fuente de clientes), y hacen lo que les sale de los mismísimos en otros continentes.
¿Mi hijo? ¡Imposible, si en casa es un amor de niño!
¿Fulanitesa? ¡Imposible, si tiene una fundación que da becas a jóvenes talentos universitarios!
Investigue, investigue, amigo, hágale un boquete al muro de campañas publicitarias, obras sociales y políticas de buenas prácticas; esa barrera tan hábilmente tejida por sus ejércitos de creativos y abogados.
Y encontrará la verdad y la vergüenza.

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