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sábado, 28 de noviembre de 2009

Cuentos de Hadas que Terminan Regular: La Princesa Amal.

-¿Harías lo que fuera por mí?-Le preguntó la caprichosa princesa Amal a su padre el califa.

-Bien sabes que sí, pues mejor sabes que te amo más a que mí mismo, hasta tal extremo, que daría la propia vida antes que verte verter una lágrima.

La princesa Amal asintió con su más dulce sonrisa y mandó llamar a los hombres más sabios de todo el país.

Al día siguiente, las mentes más privilegiadas en quinientas leguas a la redonda se agolpaban, con tanta curiosidad como preocupada incertidumbre, en el salón principal del palacio.

En eso, sonaron clarines y fanfarrias y se abrió la grandiosa y pesada puerta de las Siete Estrellas. Por ella, aparecieron esplendorosos el califa y su única heredera.

En mitad de un silencio de respiraciones apresuradas, la princesa se dirigió a su padre:

-Padre mío, ya que tanto me amas, ya que darías hasta la vida por mí, ordena a uno de tus guardias que te corte la cabeza, pues ése es mi capricho.

Sin pensarlo dos veces, el soberano se giró al "cimitarrachín" más cercano, y le interpeló con voz segura y serena: "Abu, córtame la cabeza de un tajo aquí y ahora, o será la tuya la que ruede".

El guardián, confuso e inseguro, asía la empuñadura de su arma sin saber qué hacer. Al instante, el califa sacó la suya y, de certero mandoble simple, le mandó a la otra medina.

De inmediato, el califa se volvió hacia otro guardián: "Ibn, córtame la cabeza de un tajo aquí y ahora..."

El pobre no pudo ni terminar la frase (Ibn aprendía pronto y nunca le gustaron los riesgos innecesarios). La cabeza del califa salió rodando por el suelo hasta que su hija la paró con el pie. Entonces, la princesa levantó altiva la mirada y se dirigió a los presentes:

"Señores, no es ningún secreto que no soy demasiado inteligente, aunque nadie jamás ha tenido el valor de decírmelo a la cara. Pero eso no es problema, pues sus mentes serán la mía. Así, me volveré la que más sabe de todo, seré perfecta y jamás en nada me equivocaré. Y, recuerden, por muy inteligentes que sean, que nadie se pase de listo, que me terminaré por enterar, y acaban de ver cómo me las gasto. En resumen, que sus cabezas pueden estar o a mi servicio o en el fondo de una cesta, ¿entendido?"

"Jamaal, presiento que éste es el comienzo de un largo reinado...", le susurró muy susurradito un sabio a otro.

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