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viernes, 27 de noviembre de 2009

Historias Imaginarias de un Colegio que Jamás Existio: Excusas contra Razones.

Una de las primeras cosas que aprende un profesor primerizo es que los exámenes más cómodos de corregir son los de cero y los de diez. Apenas unos segundos y la tinta justa para no tachar nada o hacer un gran aspa que atraviese el ejercicio de esquina a esquina.

El de Javi Ramírez era de los segundos: un par de tonterías que no merecía la pena ni enmendar. Cero Circular. Otro más.

Jose Luis Trestuestes se dijo a sí mismo que debería llamar a los padres de Javi otra vez, a ver si en esta ocasión había suerte y le hacían un hueco a la educación de su hijo en sus estreñidas agendas.

Afirmaba el psicólogo que ésa era la causa de que Javi pasara de todo, que tenía tantos problemas en casa que no había espacio en su mente para los logaritmos o la Reconquista. Sí, unos padres escasos y de bronca no parecen la mejor motivación para el estudio, y Javi lo sabía, y sabía que había mucha gente que también lo sabía.

En esos momento, a Trestuestes le tendió una emboscada la gran duda que asalta a todos los profesores: ¿dónde termina la razón y dónde comienza la excusa? ¿Sería Ramírez igual de desastre con otras circunstancias?

Lo peor del asunto es que nadie sabe la respuesta, ni siquiera el propio crío. Lo único que podía hacer era resoplar y continuar impartiendo justicia en rojo. Depositó el ejercicio en la cima de la montaña que ya llevaba a las espaldas, a la mano y a los ojos, y tomó el siguiente examen: Gonzalo Rosales. ¡Eso era otra cosa! Echó un breve vistazo (¿para qué más?) y le plantó el diez de costumbre. Otro para la colección.

Gonzalo era brillante, sin duda. Pese a lo de la separación de sus padres, pese a que mamá ahora viviera con otro señor, y papá viviera en otra ciudad, pese a mil cosas...

A José Luis Trestuestes nunca le gustó juzgar a las personas, pero no pudo evitar constatar que los hay que renuncian -valientes y testarudos- a la cálida comodidad vital que ofrecen las excusas.

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