Los que son más listos (e invirtieron como hormiguitas), podrán vivir de las jugosas rentas del hijo único; los que se pensaban que eso siempre iba a ser así (y se pasearon por Ibiza en Ferrari), son carne de teletienda para poder seguir comiendo caliente y a diario.
Hay, no obstante, otro tipo de éxito. Éste no es como la lotería, sino, más bien, una pensión.
Son esos creadores llamados "de culto", esos que mantienen unas relativamente modestas, pero constantes, cifras de ventas, presenten lo que presenten.
Pueden sacar el mismo disco seis veces, introduciendo un par de canciones nuevas, sus fans pasan por caja.
Pueden sacar la misma película, añadiendo 20 segundos inéditos, sus fans pasan por caja.
Eso sí que es tener el futuro asegurado (y no una plaza opositada en una diputación provincial).

El grupo cómico Monty Python se disolvió en 1983. No obstante, 26 años después, la marca sigue siendo una fluida fuente de productos e ingresos para sus miembros, ya en plena edad pensionista (hacen bien, yo haría lo mismo si pudiera). Y todo gracias a sus fieles seguidores, que los consumen (consumimos) sin rechistar, casi como un dogma de fe. El último de ellos, el refrito de una película en forma de comedia musical, llega a Madrid. Por supuesto, sin ninguno de los Python en escena.
Por mi parte, esta vez va a ser que no.
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