-Usted dígame lo que le pasa, pero despacito y con cuidado.
El doctor Pérez-Piñón se pasaba de simpatía con sus pacientes, en el sentido histérico de la palabra. Vamos, que lo que le venían a contar, él lo acababa sintiendo también. Fuera lo que fuese.
Ante ese panorama, lo más razonable parecería dejar el ejercicio de la medicina, pero el tal Pérez-Piñón no era mál médico y, en el fondo, le gustaba su profesión.
Y lo de la "sintomatología contagiosa" (como él lo llamaba), si le hablaban despacito y con cuidado tampoco era para tanto.
Además, en aquel pueblo le tenían cierto afecto. Tanto, que hasta le habían puesto su nombre a una calle. Aunque, de hecho, el honor se lo había concedido Blas el taxista en su breve mandato en la alcaldía.
Un taxista al que se cura de usted ya se figura qué se siente inmensamente agradecido.
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