Los celadores le siguen la corriente, un tercio por pena, el otro por ternura, y el último porque, por increíble que resulte, esa chica tiene pinta de princesa.
"Algún día, bien prontito, mi príncipe vendrá a rescatarme de este castillo donde me tenéis prisionera", les dice -con voz dulce y una ilusión plena de seguridad-, mientras la pasean por el jardín de la residencia.
Resulta curioso, una chica normal cuya infinita capacidad de imaginar le quitó la razón y la libertad se ha transformado en la auténtica princesa de ese limbo medicado, frío y estático.
La niña que soñó con ser princesa, a su modo, ha hecho su anhelo realidad. No como ella habría deseado, claro, pero es que los sueños nunca son como uno había soñado.
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