Dejé de creer en los meteorólogos una soleada mañana de 2003. Esencialmente, porque la noche antes la tele británica había anunciado tormenta para ese preciso punto del mapa, donde se celebraba un festival aéreo.
Sí, le sensación que tengo -muy posiblemente errónea- es que la meteorología es la menos científica de las ciencias. Que hay también una importante dosis de intuición acorazonada y ciencia infusa en todos y cada uno de los partes que nos da.
De todos modos, también debe ser la rama de la ciencia con más adeptos, como demuestran los altísimos índices de audiencia que tienen siempre los boletines meteorológicos y la rápida fama y supremacía en los corazones populares que alcanzan los hombres y mujeres del tiempo, una larga tradición iniciada por el entrañable Mariano Medina. Sí, hay siempre mucha más gente interesada en si mañana hará sol o lloverá en su pueblo, que en las tragedias humanitarias o los vaivenes de la bolsa.
Para cerrar este heterodoxo homenaje a esos trabajadores del anticiclón, la isobara y la borrasca; esos sabios y sabias facultados para leer las profecías del todopoderoso dios Meteosat, recordemos el antológico boletín ofrecido en 1979 por una agencia de noticias árabe:
"Lamentamos no poder ofrecerles el tiempo, ya que nos lo facilita el aeropuerto, que está cerrado a causa del mal tiempo. Tampoco sabemos si mañana les podremos ofrecer la previsión del tiempo, ya que depende del tiempo que haga".
Michael Fish, el "Mariano Medina inglés". En la noche del 15 al 16 de octubre de 1987, el sur de Inglaterra sufrió la peor tormenta en siglos (con más de una veintena de víctimas mortales). Fish había anunciado que "haría mucho viento".
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