Destacaba en la cola del comedor como un papagayo en la nieve. Bandeja en mano, sacaba dos cabezas a cualquiera de sus compañeros. Javier Coronel era un chaval alto, sin duda, pero también era dos años mayor que la mayoría de los chicos de su clase.
Coronel era repetidor profesional. Nadie sabía por qué, aunque había dos escuelas de pensamiento: los que defendían que era muy torpe, y los que afirmaban que era muy vago.
La verdad era que ni siquiera Coronel conocía la exacta razón de que las ciencias y las letras se le quedaran atragantadas en la mollera. Era demasiado perezoso para estudiar en serio y averiguar sus verdaderas capacidades, y era demasiado tonto para darse cuenta de que ponerse a trabajar en sus estudios era la única manera de llegar a alguna parte.
Pero le daba igual. El se limitaba a cumplir con su papel: Imponer su ley en la clase y en el patio, ser muy bueno jugando al fútbol y beberse toda la ginebra posible los fines de semana.
Y cuando llegara el famoso "día de mañana" del que tanto le hablaba el pesado del Hermano Moisés, si es que llegaba, ya él vería qué hacer. Seguramente, se haría futbolista profesional, o sicario de un mafioso.
Seguramente, Coronel terminaría tras la barra de una hamburguesería, preguntando a algún crió si quería patatas grandes con su menú "Party Guay".
No hay comentarios:
Publicar un comentario