Ramírez se retorcía en el suelo, mano en tobillo, debatiéndose entre levantarse y urgencias. A su lado, el hermano Moisés, autor intelectual y material de la salvaje patada al pobre chaval, intenta torpemente consolarle. No era la primera vez que el tradicional partido profesores-alumnos resultaba escenario de un hachazo del hermano. Es que le hincha la vena de la sien.
Sí, la temida vena del hermano Moisés, esa que le empieza a latir cuando la ira se apodera de él. Entonces, todo es posible: los libros vuelan, la mesas van al suelo y las palabras más soeces se le escapan por el hueco de la muela.
Debe ser porque el hermano Moisés todavía es un adolescente, en términos relativos. Dentro del escuadrón religioso de cincuenta calendarios para arriba (y bastante), el hermano Moisés aún no cumplió los cuarenta. Es por eso que se lo toma todo con pasión, con mucha, con demasiada...
"Venga, Ramírez, no me seas mariquita".
El chaval forzó una sonrisa y se encaminó cojeando hacía su querida banda izquierda. ¡Si por lo menos pudiera vengarse...! Pero, claro, imposible. Aquello ni era fútbol ni era na.
Lo que le había quedado bien clarito era que hacerle un túnel a un fraile soberbio no es una buena idea.
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