Echo de menos los tiempos en que los políticos se escribían sus discursos y los humoristas se inventaban sus chistes. Ahora, tienen un "equipo". Gente con brillo y talento que se reune en salas con aire acondicionado y botellas de plástico, y hacen tormentas de ideas, y le da mil vueltas al asunto, hasta que no le quedan aristas feas. El resultado: un plato de creatividad precocinada y lista para servir.
De lo anterior se deduce que, ahora, para ser político sólo hace falta tener pinta de serio y saber recitar despacito y que se te entienda; y, para ser humorista, lo único que se precisa es eso que llaman "vis cómica", en otras palabras, decir las cosas con mucha gracia.
Que sí, que está muy bien. Pero que me gustaba más cuando los políticos y los humoristas tenían algo por dentro, cuando eran algo más que fachada milimétricamente asesorada.
¡Qué le vamos a hacer!
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