Erase una vez una bellísima Madrastra que regía los destinos de nuestro querido país, desviviéndose por sus súbditos, que la queríamos muchísimo y más. En su inmensa bondad, tenía acogida a una pobre muchacha llamada Blancanieves, la cual era monilla, pero cuya belleza no era ni un pálido reflejo de la de nuestra amadísima Soberana.
Tenía nuestra Madrastra un Espejo Mágico que, a diario, le confirmaba la indiscutible supremacía de su rostro y cutis, noticia que nuestra Luz Conductora recibía con modestia y rubor. Hasta que un mal día de infame recuerdo, y valiéndose de sus malas artes, Blancanieves convenció al incauto espejito para que, faltando gravemente a la verdad, le dijera a nuestra reverenciada Madrastra que ella era más hermosa.
Temiendo que sus súbditos se enteraran de tan ruin mentira y pudieran descargar su ira contra la conspiradora, nuestra Centinela decidió apartarla de la corte y mandarla al abrigo del bosque. Con el fin de garantizar la integridad de la muchacha, nuestra Regente dispuso en persona que un cazador la acompañara hasta encontrar un lugar seguro, el cual resultó ser una casa con un grupo de enanitos dedicados a la minería.
Dominada por un odio irracional, la pérfida Blancanieves difundió el absurdo y perverso rumor de que el cazador le había confesado tener orden real de matarla. El bulo, naturalmente, fue recibido con incredulidad e indignación en el Reino.
Enrabietada, la envidiosa Blancanieves no se dio por vencida y urdió un siniestro plan para convencer a los enanitos de que atentaran contra la vida de nuestra amadísima Madrastra. Simuló haber sido envenenada por una manzana procedente de nuestra Regente, y los desprevenidos mineros mordieron el anzuelo. En el que, sin lugar a dudas, fue el día más oscuro de la historia de nuestro Reino, acorralaron a nuestra indefensa Señora y le dieron cruel muerte.
Como broche oro de su artero complot, Blancanieves se hizo la muerte hasta que su cómplice, un canalla que responde al alias de "Príncipe Encantado", se personó en el domicilio de los enanitos y, en bochornosa mascarada, fingió un beso de amor que despertó a la traidora, y ambos se fueron a un reino lejano para ser felices y comer perdices, dejándonos a todos nosotros sumidos en los más profundos dolor y desesperanza.
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