Y lo peor es que millones y millones de mentes en todo el mundo piensan y producen nuevas frases constantemente. El cerco se estrecha y puede que no esté tan lejano el fatídico día en que, digas lo que digas, otro ya lo haya dicho antes. En otras palabras, el fin de la originalidad.
Menos mal que nos quedan los benditos neologismos, auténticas piezas nuevas sin las que ese maravilloso juego de construcción que es la lengua acabaría resultando aburrido.

A menudo, la Musa olvida que ya le contó ese mismo chiste a otro hace algún tiempo.
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