La medalla de honor es la máxima condecoración que un militar norteamericano puede recibir. Parece lógico pensar que lograrla es el coto privado de Rambo y derivados. Máquinas de matar todo menos el tiempo. Y, ciertamente, mucho de eso hay, pero en este exclusivo club también encontramos a cuatro sacerdotes católicos.
No se alarme (o no se haga ilusiones, dependiendo de lo mucho o poco que a usted guste criticar a los curas) que no pegaron un solo tiro. Sus hazañas en combate fueron rescatar a jóvenes heridos de vida, y dar los últimos sacramentos a jóvenes heridos de muerte. En el caso del padre Vincent Capoddano, intentar atravesar el fuego vietnamita con el objetivo de dar la extrema unción a un muchacho le costó ser cosido a mil balazos.
Pero el caso más particular es el de Angelo Liteky. El 6 de diciembre de 1967 en Phuoc-Lac (Vietnam), rescató a no menos de 20 soldados caídos en tierra de nadie durante los feroces combates entre los muchachos del Tío Sam y el Tio Ho. Medalla del Honor al canto, con todo lo que eso trae de guarnición: respeto y una pensión vitalicia.
Pero el padre Liteky no era un padre cualquiera. Colgó la gorra de plato en 1971 y la sotana en 1975 (porque "lo del celibato no iba conmigo", según palabras propias). Se casó con una ex-monja, empezó a interesarse por la situación en Centroamérica y se hizo muchas preguntas sobre lo que su país estaba haciendo en el zona. Las respuestas eran, como poco, inquietantes. Su conciencia habló, y bien clarito.
Demostrando que no había perdido una gota de arrojo, Liteky devolvió la Medalla del Honor en 1986. Sé que lo de rechazar una paguita de por vida es un concepto prácticamente imposible de asimilar para muchos, pero así era Liteky.
Continuó su activismo, manifestándose a las puertas de la infame "Escuela de las Américas" (la Universidad de la Tortura, que cuenta entre sus licenciados con personajes luego condenados por crímenes contra la humanidad) en Georgia, USA. Se daba la deliciosa ironía de que muchos militares de la base, habitualmente tan poco comprensivos (por no decir otra cosa), con los manifestantes, se acercaban a dar su respetuoso saludo a Liteky. Después de todo, era todo un ganador de la medalla suprema.
Liteky en su etapa vietnamita.
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