El caso es que mientras yo pasaba apresurado, él pronunciaba uno de esos juramentos que sólo se hacen bajo los efectos del amor. Lo pillé al vuelo y a medias: "Lo que me quede de vida...Aún soy joven". Créame, cuando uno dice que aún es joven, es que ha dejado de serlo.
Pero todo eso da igual. Aquí lo que cuenta es que en una ventosísima tarde-noche de invierno cambioclimatizado, un par de cincuentones se besan como quinceañeros en plena calle y él, tartamudeando, le firma a ella un cheque en blanco de amor eterno.
Madrid, señoras y señores, está viva y yo, vivo en ella.

No importa el número de sinsabores, fracasos e infartos que cargue en sus aurículas, un corazón jamás pierde la capacidad de enamorarse.
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