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domingo, 9 de diciembre de 2007

Yo, el malobarista.

Un bar es una de esas cosas divertidas que no me divierten. Por múltiples razones. A saber:

1-Odio hablar a gritos. Ya sé que un buen bar tiene que ser una reproducción fidedigna del desalojo del Titanic, apreturas y voces incluidas, pero no me acostumbro a que una profunda declaración de amor se vea ahogada por el típico: "!!!A ver esa de chopitos plancha que me faltan, cocina!!!"

2-Hablando de apreturas, en ningún sitio se impone tanto la ley del más fuerte como en la barra de un bar. Golpes, codazos y empujones al más puro estilo pívot NBA para lograr ganar la posición y pedir. Yo para eso no valgo. Me paso el 80% de mi estancia en un bar pidiendo perdón a gente que me ha empujado y, para colmo, jamás logro la atención del camarero.

3-Nunca consigo pagar y me da apuro. Yo siempre pregunto: "¿Cuánto es mi Coca-Cola?", sacando el billete de 5 eurillos. Entonces, el prepotente de turno saca 50 y me invita. Yo jamás he sido capaz de invitar. No sé como se hace.

4-Es duro ser del "Club del refresco". Mucha gente me pregunta, con tono de afirmación, si he tenido problemas con la bebida y no parecen creerme cuando les digo que los únicos malos ratos que me ha dado el alcohol en mi vida han sido tener que aguantar sobrio y con sobriedad a un montón de borrachos.

5-Hablando de lo cual, tampoco me gustan los bares porque ves a un montón de alcohólicos tan anónimos que ni ellos mismos saben que lo son. Acodados en la barra, con el combinado en una mano y la mirada perdida en el infinito.

Hagan lo que hagan, dos o más españoles siempre acaban tomando una cervecita.

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