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domingo, 23 de diciembre de 2007

Papá-gallitos

Existen dos actitudes de un padre o madre con respecto a la educación de sus retoños y retoñas:

1-Le quiero un montón porque he colaborado de una manera directa y más o menos activa a su nacimiento, pero sé que no es perfecto, por lo que quiero saber en qué falla para intentar corregirlo.

2-Mi príncipe-princesa es un regalo divino a la humanidad. Es perfecto en todo y me curará de mis frustraciones siendo todo lo que yo no pude ser. Ganará Roland Garros, será pìchichi de dos mundiales de fútbol, le concederán el Cervantes y el Planeta, y descubrirá la vacuna contra el resfriado común. Además, se sacará una ingeniería.

Aunque, afortunadamente, hay muchos más de los primeros que de los segundos, los segundos dan mil veces más trabajo que los primeros.

Porque, cuando su hijo la hace "es una travesura", pero cuando se la hacen "es un crimen"; cuando su hijo pega "es una broma", pero cuando le pegan "es algo muy serio"; cuando su hijo roba "sólo tiene 14 años", pero cuando le roban "ya tienen 14 años" los que lo han hecho.

En mis 33 años de vida (si, la edad de Cristo, soy muy consciente) ni por amor ni por dinero, he visto a nadie humillarse como se humillan algunos padres por sus hijos, ni he visto humillar del modo como algunos hijos lo hacen con sus padres. Les fuerzan a desnudarse de vergüenza y dignidad e intentar justificar lo injustificable, comprender lo incomprensible, perdonar lo imperdonable....

En resumen, estimado padre o madre, un consejo de un moderadamente veterano en estas lides de lidiar con chavales: poner la mano en el fuego por un hijo adolecente es la manera más sencilla de acabar en urgencias.

"Si se lo he dado todo, ¿en qué me he equivocado?"
Usted mismo se contesta.

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