Dice, textualmente, el diccionario de la Real Academia:
Desayuno: Alimento ligero que se toma por la mañana antes que ningún otro.
O sea, que aquí no desayunan fuerte ni los sesudos y serios señores académicos. Por mucho que aconsejen los nutricionistas, en España seguimos con el café instantáneo y las dos galletas "María", y zumo de naranja de polvos y mentira, si es que el día anterior nos acordamos de comprar. Y para los nenes, bollería industrial anunciada en TV.
¿Razones de tan paupérrimo desayuno? Dos.
La primera, la que se pone de excusa, es la del tiempo. Es que no llego. Y tiene parte de verdad.
La segunda, la fundamental, la que no se admite abiertamente, es que a los españoles nos encanta escaquearnos de nuestro puesto de trabajo para irnos a desayunar al bar, en condiciones: churros, tostada y prensa deportiva. ¡Esa si que es toda una institución patria! "¿Está Ramírez? No, se ha bajado a desayunar". A las 10 de la mañana, cuando teóricamente está en pie desde las seis y media.

Genarín, el del bar. Nuestro amigo, nuestro confesor, nuestro consejero.
No hay comentarios:
Publicar un comentario