Una historia real, simple y bonita, aunque quizás a alguno le parezca cursi.
La historia de Jason, un niño autista que ama el baloncesto, y, como en cualquier historia de amor, prefiere estar cerca de su amada sin poder tenerla que vivir apartado de ella. Acercar el agua a la estrella sudorosa en el tiempo muerto, recoger las toallas del suelo, ayudar en el ejercicio de tiro, pocos se conformarían con tan poquito.
Hasta que llega el último partido de liga y, no sé si por sincero homenaje o por pura pena, el entrenador le propone ponerse la camiseta del equipo, aunque lo más probable es que no juegue. Algo es algo. Corrijo: algo es mucho para Jason. Quedan 4 minutos y el partido decidido: es el momento de sacarle. El público le tributa una ovación de gala. Seguimos sin saber si es homenaje o pena. El objetivo, el deseo, casi la quimera: que meta una canasta como sea.
20 puntos. 6 triples y una de 2. En cuatro minutos (y después de fallar sus dos primeros tiros). Vale, se las daban todas a él; vale, quizás los contrarios no se lanzaban como leones a intentar ponerle un tapón.
Aun así, yo te reto, coge un balón y un reloj. Mete 6 triples (limpios), tienes 4 minutos.
Hay un poder fuerte, misterioso y real en la mente los autistas; y las situaciones más insospechadas lo liberan, arrasador.
(Por cierto, creo que los padres del chaval ya están negociando los derechos de la peli).
1 comentario:
este demuestra que aunque se tenga algun defecto siempre se puede llegar a la cima.
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