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domingo, 30 de marzo de 2014

El Hombres Sin Viernes.

Grisáceo levantó el pie y miró la suela de su zapato con la esperanza de encontrar algo que le hiciera la tarde mínimamente interesante, pero no hubo suerte: tan sólo un poco de barro.

Todavía no eran ni las seis y aún le quedaba todo un domingo por delante. El paseo tocaba a su fin. Se volvía a casa, que ya estaba cansado. Quizás habría algo interesante en la tele. Seguramente no. Los sábados, ya se sabe.

Se detuvo delante de un edificio de oficinas. De hecho, de "El Edificio de Oficinas". El suyo, su lugar de trabajo, su casa, su refugio, su asilo, su hogar. Estuvo tentado de llamar al timbre, pero, ¿para qué? Seguramente la única persona que había en su interior era el vigilante. Hasta el lunes, nada que hacer ahí dentro.

¡Y aún le quedaba todo un domingo por delante!

El lunes todo sería diferente, como todos los lunes del año (menos los de vacaciones, esos malditos periodos de tiempo en que todos los días son sábado). El lunes se sentaría delante de la pantalla de su ordenador y se sentiría útil, necesario y casi feliz.

El lunes, todo tendría sentido.

Los fines de semana, en cambio, se los pasaba entre la melancolía y la pared. Los fines de semana se sentía excedente humano.

Buscó la llave del portal en el llavero. La última en aparecer, como de costumbre. Abrió la cerradura del portal. Y, con un suspiro de derrota, llamó al ascensor.

Sólo le quedaba esperar con paciencia a que llegara el bendito lunes.

Aunque, para su desgracia, ese lunes -como todos- también tendría su maldito viernes.

En cierta ocasión, una medio-novia que tuvo -medio porque aquello fue noviazgo sólo del lado de Grisáceo- le dijo que su problema era que se estaba bebiendo la vida sin echarle azúcar.

Igual hasta tenía razón.

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